sábado, 13 de julio de 2013

15º día: Sukhotai - Phitsanulok - Lopburi


Aún a mil kilómetros de Camboya, nos queda un rato para llegar. Sukhotai es una pequeña ciudad monumental del norte, y uno de los orígenes del antiguo reino de Siam. La ciudad moderna está a doce kilómetros de los restos monumentales, pero nosotros nos alojamos dentro de la ciudad vieja, a unos metros de los templos. Al igual que las de Ayutthaya, sus ruinas son Patrimonio Mundial por la Unesco.

 
Como la mañana no es muy calurosa, alquilamos unas bicicletas y recorremos varios de los sectores del parque. Son restos de templos de ladrillo rojo de estilo jemer, con pináculos y anchos pasillos de columnas cortadas y grandes budas de piedra gris completos. El recinto en que se encuentran los templos es amplio, llano, lleno de canales y estanques cubiertos por nenúfares con flores. Dentro del recinto hay algunas viviendas, vacas y becerros pastando, gente pescando, e incluso un colegio donde los niños corren y juegan por el campo de césped. Afuera empiezan los arrozales, campos verdes inundados en los que empiezan a sobresalir algunas espigas.


Hay muchos charcos después de la tormenta de horas y horas de ayer. Incluso un ligero sirimiri cae durante la mañana, y el paseo entre los templos de Sukhotai resulta muy agradable. Cuando empieza a pegar el sol salimos de viaje. Desde ahí comenzamos el largo camino a Camboya. Un pequeño autobús abierto nos lleva a la estación de la nueva Sukhotai, y desde allí otro autobús a Phitsanulok, ciudad cruce de caminos. Como resulta muy difícil saber por adelantado los horarios y rutas de los autobuses, viajamos un poco a la aventura, cogiendo el primero que sale más o menos enfilado al destino que llevamos. En un momento tenso del mediodía descartamos por imposibles las rutas hacia Khon Kaen y Khorat, y acabamos llegando en tuc-tuc a la estación de tren de Phitsanulok. Casualmente, el tren que hace el trayecto Chiang Mai-Bangkok hacia el sur viene con retraso, por lo que tenemos tiempo de comer un arroz con pollo preparado al instante en la misma estación, y embarcamos rumbo a Lopburi. 
 

Atravesamos algunos bosques, ríos, templos rurales y muchos arrozales. Casi todos verdes, aunque algunos están siendo quemados o cosechados. Antes de anochecer, enormes lagos y montañas rocosas en medio del verdor. El tren tailandés es como cualquier tren europeo, algo más viejo y con más gente trabajando en las estaciones y a bordo. A los pasajeros que suben, una azafata les va sirviendo café o té y unas galletas y dulces, y otro mozo repasa el suelo con una escoba de mijo. A nuestra llegada a Lopburi es de noche, pero la ciudad es muy pequeña y en diez minutos hemos encontrado alojamiento. 
 

Salimos a dar una vuelta y comprobamos que es cierto aquello que se cuenta sobre la ciudad: está plagada de monos. Cientos, miles de monos corretean por los cables eléctricos, por los balcones de las casas, gritan desde encima de los templos a oscuras. Hay hordas de macacos por todos lados, moviéndose, trepando, bajando a las aceras, y hasta da aprensión caminar por ellas por si uno de estos animalejos se descuelga o suelta una meada. Acabamos en un restaurante chino, de entre los muchos negocios chinos que hay en la ciudad, y cenamos una sopa de verduras y unos rollitos de primavera refritos, cortados y con miel, antes de volvernos a descansar.

Ya estamos más cerca de Camboya, mañana saldremos de nuevo a la aventura de enlazar autobuses y, con un poco de suerte, llegaremos.

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